miércoles, 15 de abril de 2020

2. Cegade por las luces nocturnas

Antes de ir al año de voluntariado, Juan tuvo un fugaz paso por la vida nocturna quiteña (cap. 3 ep. 2) experiencia suficiente para que a su regreso se proponga conocer y dominar la zona rosa quiteña, los romances fugaces y como parte de sus máximos objetivos convertirse en artista drag, pero no sabía que ese mundo nocturno escondía mucha violencia que casi lo dominó a el.
El único lugar que conocía era la discoteca llamada Black Out, de las mas costosas de la ciudad, pero se reunía el dinero para ir los sábados cada 15 días, casi siempre solo, al poco tiempo conoció algunos chicos, aprendió una técnica para entrar sin pagar, consistía en que una persona entre pagando su entrada normalmente luego de un rato salía y le ponían un sello en el brazo, inmediatamente, antes de que la tinta se seque, se pasaba el sello al brazo de otra persona que esperaba en la esquina, así se lograba burlar al personal en puerta que verificaba el sello como constancia de que ya había pagado. Ya adentro un vaso de vodka esa suficiente para desinhibir al principiante “cazador nocturno”, como lo habían llamado los asistentes frecuentes que le veían subido en el balcón del segundo piso de la discoteca, desde allí seducía con sensuales movimientos al ritmo de música pop, rock clásico y electrónica, punto estratégico para observar a todxs lxs asistentes, ubicaba una mirada correspondida, coqueteaba y cazaba, al inicio esperaba que el pretendiente se acerque, luego descubrió sus capacidades de conquista y también se acercaba a probar suerte, como cuerpa nueva en el lugar todas las noches había una boca para besar y alguna cuerpa con quien sobajear, pero hasta allí, en el ámbito sexual aun quería reservarlo para parejas basadas en un sentimiento y compromiso, resagos de heteronorma y dogmas religiosos que aun se resisten a la deconstruccion.
Algunxs conocidxs le hablaban de otros lugares, algunos de similar nivel socio económico como la histórica discoteca “El Hueco” ubicada en la misma calle Baquedano, allí el joven tuvo buena suerte pues la mayoría de los asistentes pasaban los 30 años y buscaban energías jóvenes. Le contaban de otros lugares mas humildes pero con muy mala referencia debido al tema elitista  y diferencia de clases, por eso temía ir solo a conocer, hasta unos meses después que comenzó a asistir a algunas reuniones en organizaciones glbti, otrxs chicxs que asistían le llevaron a conocer estos lugares sencillos, por supuesto desde la puerta Juan sintió mas libertad, gente de sus mismas bases sociales, no ostentaban vestimenta ni posición social, y cuando se conocía a una persona del grupo de fiesterxs, el resto del grupo lo recibían con ansias de una nueva conquista, se trataba de las discotecas Kucaramacara y Budha ubicadas en plena calle Foch, todo era mas económico allí y Juan podía ir todos los viernes y sábados, luego de unos meses ya conocía a todxs lxs asistentes frecuentes y los labios de muchos, se ganó la confianza de lxs dueñxs de estos lugares, pues era conocido por encuentros eróticos en los baños pero también por su honestidad y cuidar borrachos antes de que cierre el antro, aunque también el desprecio de mucha gente, consecuencia del alcoholismo, dependencias afectivas, depresión, delincuencia y discriminación entre diversxs, fantasmas que tendrá que enfrentar y en ocasiones huir, estos lugares serán mencionados a lo largo de este capitulo, pues allí se conocieron amigxs eternxs, pasados amorosos, activismo social y trágicos episodios con mas de unx enemigx. 


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